Diciembre 27 2008
UN MAPA (INACABADO) DEL SUFRIMIENTO
El trabajo Un mapa (inacabado) del sufrimiento, editado por la Fundación Manu Robles-Arangiz Institutua, es una recopilación abierta de datos sobre las violaciones de derechos humanos, la violencia, las agresiones a las libertades y el padecimiento de las víctimas en el conflicto vasco. Los datos recogidos en once apartados se remontan a 1968, año desde el que se contabiliza la Ley de Solidaridad con las Víctimas aprobada en el Estado español. También incluye un anexo de la guerra de 1936 y el franquismo.
En la introducción se mencionan asimismo otras violencias relacionadas con la injusticia social, la explotación de los seres humanos, la violencia de género… para después centrarse en la realidad vasca. Las fuentes empleadas son muy distintas y de todo el abanico político. De ahí que en muchas ocasiones no sean coincidentes y resulten inconexas. Esta ha sido una de las dificultades para la elaboración del libro, pero hay más. No he encontrado un trabajo con datos oficiales definitivos que sean iguales.
Para empezar, no existen datos oficiales en la mayoría de los casos, especialmente en los relacionados con la violencia estructural del Estado. Pero incluso en lo que se presupone que tendría que estar más elaborado, no existe coincidencia. Es el caso del número de muertos imputados a las distintas organizaciones armadas vascas: en el cómputo total no coinciden el Informe Gil-Robles (que cifra en 805 las personas muertas), los datos de Patxo Unzueta y José Luis Barbería (815), la Subdirección General de Atención al ciudadano y de asistencia a las víctimas del terrorismo (817), Manos Blancas (854) o la Asociación Víctimas del Terrorismo (858). Pero es que además, consultando la propia página web del Ministerio del Interior y de la Guardia Civil nos encontramos con dos cifras distintas de víctimas en los cuadros estadísticos: en uno se lee 817 y en otro 855.
De ahí la dificultad a la que me refiero, a la que habría que añadir la dispersión de elementos informativos, cuando no la inexistencia de los mismos, su inaccesibilidad o grado de fiabilidad, imprecisión y falta de contraste, los muchos fallos detectados (y de los que no se librará este documento) y la imposibilidad de acceso a otros muchos datos especialmente en el tiempo que va de 1968 a 1977, algunos de los cuales quedaron recogidos con gran esfuerzo en la clandestinidad. A pesar de todo, este trabajo aporta los suficientes elementos como para que cada cual cruce los datos como crea conveniente, los interprete, indague en las causas y busque espacios de discusión y soluciones.
El mapa es inacabado porque queda mucho por hacer aún. Queda mucho trabajo de recopilación para ir completando el mapa. De la misma manera, queda mucho trabajo político, social y cultural para que sea reconocido el sufrimiento en su totalidad y en todos sus ámbitos, y se pongan las bases para terminar con las amenazas y malos tratos crueles contra las personas, contra todas las personas. Una de las realidades que más me impactó fue conocer la situación de, por ejemplo, el 44% de las personas heridas por coche-bomba que han quedado con invalidez permanente, las 1.294 que han quedado con incapacidad física o las 41 con gran invalidez, así como el gran número de personas que han perdido un ojo por disparos de pelotas de goma.
Si la Ley de Víctimas no contempla a las personas que han sufrido la violencia policial, ni la de los grupos paramilitares o de la extrema derecha, tampoco cabe esperar que desde las mismas instancias se logren mayores consideraciones para las 34 personas muertas en movilizaciones y actos de protesta, o las 20 fallecidas en controles policiales de carretera, o las alrededor de 4.000 personas heridas en manifestaciones o huelgas, o las 5.300 que han denunciado torturas.
El mapa que se vislumbra tras poner todos los datos encima de la mesa es el de un panorama ampliamente complejo, de gran magnitud, y que refleja que el sufrimiento humano está más extendido de lo que se piensa. La muerte de Sara Fernández es un suma y sigue en este sombrío mapa. ¿Quién no tiene alguien de la familia, cuadrilla o vecindad que haya sufrido la violencia política en alguna de sus facetas? Si tras la lectura de este trabajo logramos acercarnos, respetar y solidarizarnos con los seres humanos que están tras esta indigesta acumulación de datos y cifras, habremos logrado uno de los objetivos de este trabajo: contribuir a la humanización del conflicto.
Hay dos trabajos previos a este mapa inacabado que merecen citarse. Uno es el de Violencia, apoyo a las víctimas y reconstrucción social (Fundamentos, 2000), de Carlos Martín Beristain y Darío Páez, y otro son los dos tomos de la Ponencia Víctimas de la Violencia (noviembre 2000), elaborados por la Comisión de Derechos Humanos y Solicitudes Ciudadanas del Parlamento vasco. Ambos, además, sugieren salidas y líneas de trabajo. Los primeros plantean una comisión consensuada, de carácter multidisciplinar, al estilo de las Comisiones de la Verdad y que estuviera integrada por personas con amplio reconocimiento social. Los segundos recogen la propuesta de un Observatorio de las Víctimas de la Violencia, formulada también por el Gobierno de Juan José Ibarretxe. Las dos merecen ser tenidas en cuenta.
Necesitamos reconstruir cuanto antes el tejido social de un pueblo que quiere decidir su presente y su futuro en libertad.