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Enero 03 2009

Soberanía vasca : (el derecho de autodeterminación del pueblo vasco)

Publicado por liburuak bajo Soberania

Soberanía vasca : (el derecho de autodeterminación del pueblo vasco)

José Luis Orella Unzué.   Iruña (Navarra) : Mintzoa, 2003.

ISBN 84-85891-97-X

Soberanismo inteligente

Unai Ziarreta

Después de 30 años de un marco constitucional ampliamente rechazado en Euskal Herria, hoy somos inmensa mayoría los que pensamos que el modelo estatutario vigente está agotado, que es inútil e incapaz de satisfacer las necesidades diarias de la sociedad vasca ni tampoco sus legítimas aspiraciones nacionales. Pensamos en definitiva que el futuro de nuestro país lo tenemos que escribir nosotros mismos, cada ciudadano y ciudadana vasca, y que ese futuro deberá estar basado en parámetros radicalmente distintos a los que nos impone el actual marco constitucional, parámetros que nazcan de nuestro reconocimiento como pueblo y que posibiliten la defensa y la materialización de todos los proyectos políticos por vías políticas y democráticas.

Hoy en Euskal Herria vivimos en tránsito. Nos movemos en ese espacio repleto de incógnitas que siempre aparece entre el viejo ciclo que no acaba de morir y el nuevo que no termina de nacer. La cuestión es cómo despejamos entre todos esas incógnitas y cómo hacemos camino para que ese nuevo ciclo que ahora asoma y sólo acertamos a intuir acabe naciendo por fin.

Algunos lo tienen muy claro y ni siquiera se molestan en disimular. Para ellos el nuevo ciclo significa echar la persiana al soberanismo, dejarse de eso que llaman «veleidades soberanistas» y regresar el pasado, a los años de cómoda cohabitación con los socialistas en el Gobierno vasco. Un nuevo ciclo que es en realidad la vuelta a las viejas políticas que tanto gustan en Madrid, donde su máxima aspiración para Euskal Herria es la asimilación de un nacionalismo domesticado que no ponga en peligro el actual estado de las cosas, aunque ello signifique renunciar a resolver un conflicto político que tanto dolor y sufrimiento ha generado y genera en nuestro país.

El futuro, sin embargo, no lo podemos escribir con renglones del pasado. Eso es imposible, por mucho que en Euskal Herria y sobre todo entre los abertzales tengamos la insana costumbre de enredarnos en discusiones bizantinas sobre hechos ocurridos hace 30 ó incluso 150 años. Yo miro al futuro y no veo el pasado. Eso es lo contrario al progreso. Desde mi responsabilidad política quiero mirar al futuro con valentía, dispuesto a arriesgar por el bien común, y con ambición. Con ambición histórica, la que los abertzales vamos a necesitar para afrontar de una vez por todas la resolución definitiva del conflicto político de fondo y alcanzar un escenario de paz que abra las puertas, democráticamente, a todos los proyectos políticos.

Todos quienes compartimos esa ilusión y esa ambición, todos sin excepción, tenemos la obligación de hacer una reflexión de carácter estratégico que permita a la sociedad vasca abrir ese nuevo ciclo que nos lleve a todos a la resolución del conflicto desde vías políticas y democráticas. Y también tenemos la obligación de abordar esa reflexión con inteligencia, dando prioridad absoluta a los instrumentos y a las fórmulas que mejor contribuyan a la consecución de nuestro objetivo último.

Es hora de reivindicar las gigantescas potencialidades de un soberanismo inteligente que utilice con radicalidad absoluta las vías políticas y democráticas. Ejemplos ya tenemos: Escocia, Flandes, Groenlandia, incluso Irlanda, donde han sido capaces de reconducir desde la política el conflicto armado. Cualquier otra vía alternativa a las estrictamente políticas y democráticas está condenada al fracaso de antemano porque sólo servirá para alejarnos de nuestra meta.

Valentía, ambición e inteligencia deben ser los cimientos sobre los que se asiente en los próximos tiempos la apuesta política de los miles de abertzales soberanistas que somos en Euskal Herria y que aspiramos a tener un Estado propio en Europa. Hay masa crítica de sobra para que la apuesta por ese soberanismo inteligente sea un éxito rotundo en las urnas y fuera de ellas, para que esa apuesta sincera devuelva la ilusión perdida a los miles y miles de abertzales frustrados y desencantados, y con razón además, por la gestión de dos iniciativas del Gobierno vasco -Nuevo Estatuto Político y Ley de Consulta- que en un inicio encendieron en la sociedad vasca una llama de esperanza que al final el PNV ha ayudado a apagar con el beneplácito del lehendakari Ibarretxe.

Basta ver los temores y los nervios que en instancias políticas y mediáticas muy diversas se han desatado a raíz de esta invitación a la configuración de un polo soberanista para comprobar la tremenda potencialidad de esta iniciativa. Sus posibilidades de futuro son inmensas, y no sólo en clave política general, sino también en lo relativo a las políticas sociales, económicas, culturales, educativas, etc. a impulsar en todo el país desde una perspectiva claramente progresista.

Quienes demandamos para Euskal Herria un nuevo ciclo que no repita ni esquemas fracasados ni errores del pasado tenemos la responsabilidad de acertar ahora en la respuesta. De lo contrario, si nos equivocamos, corremos el riesgo cierto de ver cómo desde otras instancias políticas cortocircuitan toda opción de cambio e hipotecan nuestro futuro como pueblo. Son esas instancias, en Madrid pero también aquí, en Euskal Herria, las que con toda seguridad van a intentar boicotear la puesta en marcha de este tren por la soberanía; unos, porque temen que el tren llegue a la meta de la independencia; otros, porque tienen miedo a perder su primacía y su sitio en la locomotora.

Unos y otros saben que un polo soberanista democrático que se autoimponga el objetivo de recabar por vías exclusivamente políticas la adhesión mayoritaria de la sociedad vasca es imparable a medio-largo plazo y que a corto plazo provocaría un auténtico terremoto en la escena política vasca, un cambio radical con respecto a la actual correlación de fuerzas que impediría que el PNV y el PSOE volvieran a los años de Ardanza para repetir ese viejo esquema que nos conduce sin remedio a convertirnos en una simple comunidad autónoma del Estado español.

Su temor al cambio nos muestra cuál es el camino correcto. El PSOE, como el PP, teme el éxito de la apuesta soberanista porque sería el inicio del fin de la unidad de España. Y el PNV tiene pánico a perder su posición de privilegio dentro del nacionalismo vasco. Durante los últimos 30 años ha sabido mantener su primacía aplicando la teoría del péndulo, moviéndose hacia el autonomismo o hacia el soberanismo según el interés coyuntural de cada momento. Sin embargo, la ambigüedad calculada y el péndulo dejarán de servirle si desde el soberanismo somos capaces de articular un movimiento de calado. El PNV lo sabe bien, y lo teme porque ese día tendrá que elegir entre autonomismo y soberanismo, y dejará de ser la primera referencia política abertzale.

Hemos entrado en año electoral y eso en política lo complica todo. No obstante, no debemos perder de vista ni el objetivo -la soberanía de Euskal Herria- ni la conciencia de que tenemos todo por ganar para superar los obstáculos y lograr que el Parlamento Vasco que surja de las elecciones de marzo refleje de verdad la realidad política de nuestro país y, por consiguiente, la existencia de un polo soberanista fuerte. Sólo necesitamos valentía, ambición e inteligencia.

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Diciembre 29 2008

El derecho humano de la autodeterminación de los pueblos

Publicado por liburuak bajo Sin categoría

  • Autores: José A. de Obieta Chalbaud
  • Editores: Tecnos
  • ISBN: 84-309-1124-3

Cuando se analiza el conflicto vasco en clave comparada, es habitual
tomar el caso de Irlanda del Norte como referencia principal. Sin
embargo, el caso norirlandés está más alejado de nuestra realidad
política que otras situaciones conflictivas. Lo que sin duda
distorsiona el análisis comparativo es el hecho de que tanto en
Euskadi como en Irlanda del Norte concurra el elemento de la
violencia. Pero más allá de tan desgraciada coincidencia, son muchas
las diferencias en la comparación política de ambos casos. La nuestra
no es desde luego una sociedad radicalmente dividida en comunidades
definidas a priori, entre las cuales el ciudadano apenas tiene
posibilidad de optar, como sucede en Irlanda del Norte, Chipre o
Bosnia-Herzegovina.

Por el contrario, desde un análisis meramente político, nuestras
divergencias aluden en lo fundamental a repartos de soberanía. La
discusión de fondo consiste básicamente en la delimitación del ámbito
en el que se deben aplicar los principios democráticos; entre quienes
lo identifican con el Estado y las posiciones soberanistas que
defienden un ámbito de decisión diferente. En este marco, nuestro
conflicto político se corresponde mejor con los que se viven en
rincones como Escocia, Quebec, las Islas Feroe o, hasta hace poco
tiempo, Montenegro.

Las elecciones recientemente celebradas en Escocia han puesto por unos
días a este país en el escaparate político, lo que nos permite sugerir
una breve reflexión sobre lo que nos asemeja y diferencia de aquella
situación. Para empezar, debe apuntarse que allí el soberanismo
plantea con más claridad (y seguramente más convicción) la idea de la
independencia. Éste no es un debate nuevo en Escocia, pero en esta
ocasión la cuestión ha saltado con fuerza a la actualidad. El Partido
Nacional Escocés (SNP) ha acudido a las elecciones con un brillante
líder y con un manifiesto en el que, además de propugnar la
independencia sin tapujos, se incluye la celebración de un referéndum
sobre la cuestión en el plazo de tres años. Y con este mensaje en su
programa, el SNP se ha convertido en la fuerza más numerosa del
Parlamento de Edimburgo por primera vez en la historia.

Pero, a pesar del resultado electoral, las condiciones actuales para
formar gobierno se antojan muy complicadas para el SNP, por cuanto los
liberales se niegan a apoyar precisamente la organización del
referéndum anunciado. Ello puede conducir a la formación de un
gobierno minoritario o a la renuncia al plebiscito, al menos a corto
plazo. Por otro lado, erraríamos nuestro análisis si pensáramos que la
expresión electoral del independentismo escocés ha obtenido un
considerable aumento. Si bien es claro el éxito del SNP, no es menos
cierto que otras dos fuerzas soberanistas, el Partido Socialista
Escocés y los Verdes, han experimentado severos descensos. Al mismo
tiempo, ni todo el voto al SNP implica necesariamente una posición
soberanista, ni todo el independentismo se refugia en el SNP, puesto
que diversos estudios demuestran una presencia significativa de
independentistas en el electorado laborista y en otras formaciones.

En todo caso, las elecciones han servido para llevar el debate
soberanista a la actualidad británica. En este sentido, y por
comparación con nuestra situación política, es de destacar la madurez
democrática con la que se aborda este debate en el Reino Unido, tanto
en lo que se refiere a los discursos partidarios (a favor o en contra)
como en los medios de comunicación. Aquél gira sustancialmente en
torno a la conveniencia o inconveniencia de la opción soberanista, o a
su oportunidad, pero no a su legitimidad, ni se atasca en la
demonización de las propuestas políticas de los respectivos
adversarios.

Al mismo tiempo, la ‘venta política’ del soberanismo se realiza en
clave estimulante y positiva. En la página web del SNP la propuesta de
independencia se presenta de manera ciertamente atractiva, poniendo el
acento en las ventajas sociales y económicas que la misma
(supuestamente) comportaría, explicándose los pasos a seguir, las
consecuencias en la vida de los ciudadanos, en sus ahorros, en sus
servicios sociales, etcétera. Todo ello en un manifiesto que se puede
leer no sólo en inglés y gaélico, sino también en polaco, urdu y
cantonés, en un claro síntoma de soberanismo cívico, moderno e
inclusivo.

Esto no obstante, resulta poco probable que la mayoría de los
escoceses se pronunciaran hoy a favor de una opción independentista.
Sin embargo, es claro también que dicha opción ha ganado adeptos en
los últimos diez años y que ya no resulta totalmente descartable en un
escenario futuro. En todo caso, lo más relevante es comprobar si se
planteará en la práctica un referéndum al estilo quebequés,
legitimando así la expresión democrática de la autodeterminación, con
la aceptación más o menos tácita del resto del Reino Unido.

Qué elementos del ejemplo escocés pueden servir de referencia positiva
para una situación conflictiva como la vasca? Sabiendo de antemano que
toda comparación exige relativizar las diferencias existentes,
podríamos plantear cuatro ventajas comparativas del ‘conflicto
escocés’ que, con inteligencia y voluntad política de unos y otros,
podrían ser incorporadas a nuestra realidad, correspondiendo cada una
de ellas a sendas concesiones de sectores políticos diferentes:

1. En Escocia no concurre un conflicto sobre la propia definición de
país, ni sobre el territorio que lo conforma. En este sentido, de cara
un hipotético referendo, Escocia se halla en una posición más
aceptable que aquellos casos en los que el propio territorio afectado
está sometido a discusión, como sucede en Euskadi o en Flandes. La
política internacional exige dirimir las cuestiones territoriales
antes de acometer cualquier proceso que pueda afectar a marcos
políticos. En el caso vasco, esto obliga a predefinir el espacio en el
que podría discutirse la cuestión de una eventual consulta popular.

2. Una segunda ventaja para Escocia consiste en el hecho de que la
realidad plurinacional del Reino Unido está aceptada socialmente, algo
lejos de suceder en España. Y debe advertirse que ello se produce en
un país con una estructura política más unitaria que la española. En
este sentido, el reconocimiento de que existe una dosis de pluralidad
nacional en el Estado (mayor o menor según la percepción de unos y
otros, pero real al fin y al cabo) supondría un avance político sin
precedentes que ayudaría a suavizar tensiones y admitir soluciones
políticas más flexibles que las actuales.

3. Jurídicamente hablando, Escocia dispone hoy en día de un
autogobierno que resulta claramente inferior al de la Comunidad
Autónoma Vasca. Sin embargo, en clave política es muy relevante
considerar que Escocia disfruta de considerables elementos propios de
identidad y de una representatividad internacional especifica en
determinados ámbitos (deportivos, culturales) que le permiten una
singularidad de la que no goza ninguna comunidad autónoma. Esta
identidad propia, que no deriva tanto de un estatuto de autonomía sino
de elementos como la presencia diferenciada en un mundial de fútbol,
de una iglesia nacional o de la impresión diferenciada de papel
moneda, ayuda a satisfacer las demandas de reconocimiento de muchos
escoceses, sin necesidad de incorporarlas al marco jurídico. Este tipo
de soluciones más mediáticas y afectivas que jurídicas son muy
satisfactorias en clave política y juegan como contrapeso de otras
demandas que son más difícilmente aceptables para un Estado.
Posibilidades de este orden podrían resultar muy útiles en el caso
español para acomodar las demandas de reconocimiento externo de
algunas comunidades autónomas.

4. Por último, y por supuesto, en Escocia no hay violencia. Todos
sabemos que el apoyo expreso o tácito a la violencia en nuestra
sociedad es muy minoritario, pero la persistencia de la misma o su
amenaza condiciona sustancialmente el debate político. No está en
absoluto demostrado que en ausencia de violencia el debate político
sobre las soberanías pudiera ser entre nosotros tan civilizado como lo
es en Canadá o Reino Unido, pero no cabe duda ninguna de que su
existencia, además de suponer una vulneración de los principios éticos
básicos de convivencia, contamina negativamente a todas las opciones
políticas. Y en esto, desgraciadamente, todos nos llevan mucha
ventaja. Incluso los irlandeses.

Eduardo J. Ruiz Vieytez

http://www.almendron.com/tribuna/15428/escocia-como-referencia/

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