Diciembre 29 2008
El derecho humano de la autodeterminación de los pueblos
- Autores: José A. de Obieta Chalbaud
- Editores: Tecnos
- ISBN: 84-309-1124-3
Cuando se analiza el conflicto vasco en clave comparada, es habitual
tomar el caso de Irlanda del Norte como referencia principal. Sin
embargo, el caso norirlandés está más alejado de nuestra realidad
política que otras situaciones conflictivas. Lo que sin duda
distorsiona el análisis comparativo es el hecho de que tanto en
Euskadi como en Irlanda del Norte concurra el elemento de la
violencia. Pero más allá de tan desgraciada coincidencia, son muchas
las diferencias en la comparación política de ambos casos. La nuestra
no es desde luego una sociedad radicalmente dividida en comunidades
definidas a priori, entre las cuales el ciudadano apenas tiene
posibilidad de optar, como sucede en Irlanda del Norte, Chipre o
Bosnia-Herzegovina.
Por el contrario, desde un análisis meramente político, nuestras
divergencias aluden en lo fundamental a repartos de soberanía. La
discusión de fondo consiste básicamente en la delimitación del ámbito
en el que se deben aplicar los principios democráticos; entre quienes
lo identifican con el Estado y las posiciones soberanistas que
defienden un ámbito de decisión diferente. En este marco, nuestro
conflicto político se corresponde mejor con los que se viven en
rincones como Escocia, Quebec, las Islas Feroe o, hasta hace poco
tiempo, Montenegro.
Las elecciones recientemente celebradas en Escocia han puesto por unos
días a este país en el escaparate político, lo que nos permite sugerir
una breve reflexión sobre lo que nos asemeja y diferencia de aquella
situación. Para empezar, debe apuntarse que allí el soberanismo
plantea con más claridad (y seguramente más convicción) la idea de la
independencia. Éste no es un debate nuevo en Escocia, pero en esta
ocasión la cuestión ha saltado con fuerza a la actualidad. El Partido
Nacional Escocés (SNP) ha acudido a las elecciones con un brillante
líder y con un manifiesto en el que, además de propugnar la
independencia sin tapujos, se incluye la celebración de un referéndum
sobre la cuestión en el plazo de tres años. Y con este mensaje en su
programa, el SNP se ha convertido en la fuerza más numerosa del
Parlamento de Edimburgo por primera vez en la historia.
Pero, a pesar del resultado electoral, las condiciones actuales para
formar gobierno se antojan muy complicadas para el SNP, por cuanto los
liberales se niegan a apoyar precisamente la organización del
referéndum anunciado. Ello puede conducir a la formación de un
gobierno minoritario o a la renuncia al plebiscito, al menos a corto
plazo. Por otro lado, erraríamos nuestro análisis si pensáramos que la
expresión electoral del independentismo escocés ha obtenido un
considerable aumento. Si bien es claro el éxito del SNP, no es menos
cierto que otras dos fuerzas soberanistas, el Partido Socialista
Escocés y los Verdes, han experimentado severos descensos. Al mismo
tiempo, ni todo el voto al SNP implica necesariamente una posición
soberanista, ni todo el independentismo se refugia en el SNP, puesto
que diversos estudios demuestran una presencia significativa de
independentistas en el electorado laborista y en otras formaciones.
En todo caso, las elecciones han servido para llevar el debate
soberanista a la actualidad británica. En este sentido, y por
comparación con nuestra situación política, es de destacar la madurez
democrática con la que se aborda este debate en el Reino Unido, tanto
en lo que se refiere a los discursos partidarios (a favor o en contra)
como en los medios de comunicación. Aquél gira sustancialmente en
torno a la conveniencia o inconveniencia de la opción soberanista, o a
su oportunidad, pero no a su legitimidad, ni se atasca en la
demonización de las propuestas políticas de los respectivos
adversarios.
Al mismo tiempo, la ‘venta política’ del soberanismo se realiza en
clave estimulante y positiva. En la página web del SNP la propuesta de
independencia se presenta de manera ciertamente atractiva, poniendo el
acento en las ventajas sociales y económicas que la misma
(supuestamente) comportaría, explicándose los pasos a seguir, las
consecuencias en la vida de los ciudadanos, en sus ahorros, en sus
servicios sociales, etcétera. Todo ello en un manifiesto que se puede
leer no sólo en inglés y gaélico, sino también en polaco, urdu y
cantonés, en un claro síntoma de soberanismo cívico, moderno e
inclusivo.
Esto no obstante, resulta poco probable que la mayoría de los
escoceses se pronunciaran hoy a favor de una opción independentista.
Sin embargo, es claro también que dicha opción ha ganado adeptos en
los últimos diez años y que ya no resulta totalmente descartable en un
escenario futuro. En todo caso, lo más relevante es comprobar si se
planteará en la práctica un referéndum al estilo quebequés,
legitimando así la expresión democrática de la autodeterminación, con
la aceptación más o menos tácita del resto del Reino Unido.
Qué elementos del ejemplo escocés pueden servir de referencia positiva
para una situación conflictiva como la vasca? Sabiendo de antemano que
toda comparación exige relativizar las diferencias existentes,
podríamos plantear cuatro ventajas comparativas del ‘conflicto
escocés’ que, con inteligencia y voluntad política de unos y otros,
podrían ser incorporadas a nuestra realidad, correspondiendo cada una
de ellas a sendas concesiones de sectores políticos diferentes:
1. En Escocia no concurre un conflicto sobre la propia definición de
país, ni sobre el territorio que lo conforma. En este sentido, de cara
un hipotético referendo, Escocia se halla en una posición más
aceptable que aquellos casos en los que el propio territorio afectado
está sometido a discusión, como sucede en Euskadi o en Flandes. La
política internacional exige dirimir las cuestiones territoriales
antes de acometer cualquier proceso que pueda afectar a marcos
políticos. En el caso vasco, esto obliga a predefinir el espacio en el
que podría discutirse la cuestión de una eventual consulta popular.
2. Una segunda ventaja para Escocia consiste en el hecho de que la
realidad plurinacional del Reino Unido está aceptada socialmente, algo
lejos de suceder en España. Y debe advertirse que ello se produce en
un país con una estructura política más unitaria que la española. En
este sentido, el reconocimiento de que existe una dosis de pluralidad
nacional en el Estado (mayor o menor según la percepción de unos y
otros, pero real al fin y al cabo) supondría un avance político sin
precedentes que ayudaría a suavizar tensiones y admitir soluciones
políticas más flexibles que las actuales.
3. Jurídicamente hablando, Escocia dispone hoy en día de un
autogobierno que resulta claramente inferior al de la Comunidad
Autónoma Vasca. Sin embargo, en clave política es muy relevante
considerar que Escocia disfruta de considerables elementos propios de
identidad y de una representatividad internacional especifica en
determinados ámbitos (deportivos, culturales) que le permiten una
singularidad de la que no goza ninguna comunidad autónoma. Esta
identidad propia, que no deriva tanto de un estatuto de autonomía sino
de elementos como la presencia diferenciada en un mundial de fútbol,
de una iglesia nacional o de la impresión diferenciada de papel
moneda, ayuda a satisfacer las demandas de reconocimiento de muchos
escoceses, sin necesidad de incorporarlas al marco jurídico. Este tipo
de soluciones más mediáticas y afectivas que jurídicas son muy
satisfactorias en clave política y juegan como contrapeso de otras
demandas que son más difícilmente aceptables para un Estado.
Posibilidades de este orden podrían resultar muy útiles en el caso
español para acomodar las demandas de reconocimiento externo de
algunas comunidades autónomas.
4. Por último, y por supuesto, en Escocia no hay violencia. Todos
sabemos que el apoyo expreso o tácito a la violencia en nuestra
sociedad es muy minoritario, pero la persistencia de la misma o su
amenaza condiciona sustancialmente el debate político. No está en
absoluto demostrado que en ausencia de violencia el debate político
sobre las soberanías pudiera ser entre nosotros tan civilizado como lo
es en Canadá o Reino Unido, pero no cabe duda ninguna de que su
existencia, además de suponer una vulneración de los principios éticos
básicos de convivencia, contamina negativamente a todas las opciones
políticas. Y en esto, desgraciadamente, todos nos llevan mucha
ventaja. Incluso los irlandeses.
Eduardo J. Ruiz Vieytez
http://www.almendron.com/tribuna/15428/escocia-como-referencia/
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